Nikko

La visita a los santuarios de Nikko es una de las excursiones más recomendables desde Tokio. Se trata de un conjunto de templos budistas y sintoístas construidos en un bello paraje montañoso, que permite desconectar un poco del ajetreo de la ciudad y respirar aire puro. No obstante, lo de desconectar es un tanto relativo porque Nikko suele estar siempre abarrotado de turistas.

Para llegar con el Japan Rail Pass hay que coger primero un shinkansen, el tren de alta velocidad japonés, hasta la ciudad de Utsunomiya, que tarda 56 minutos. Una vez allí se coge un tren convencional hasta Nikko, otros 45 minutos.



Estación de tren de Nikko.


Al llegar, se puede adquirir un pase diario de autobús, que cuesta 2.000 yenes (20 dólares) y que permite subir gratis a todos los autobuses de la zona. En realidad, para visitar los templos de Nikko no hace falta ningún autobús porque se puede ir caminando desde la estación en 15-20 minutos, pero si se quiere visitar también la catarata de Kegon, situada en la montaña a unos 15 kilómetros de la ciudad, quizás sí merezca la pena el pase diario.

Nosotros lo cogimos porque teníamos intención de ir a la catarata y porque estaba diluviando como si no hubiera mañana. El mal tiempo, incluso frío para la ropa veraniega que llevábamos, dificultó bastante nuestra visita a Nikko, aunque también nos permitió ver los templos con menos turistas de los habituales (y ya eran muchos) y disfrutar de la bruma que en ocasiones envuelve los bosques de cedros de la región.

De entre todos los templos destaca el Tosho-gu, que contiene varios pabellones con exquisita decoración y magníficos relieves de madera, como el de los tres monos sabios, que representan los tres principios del budismo sentai: No ver el mal, no oír el mal y no hablar del mal. En el relieve se aprecia cómo un simio se tapa los ojos, otro las orejas y otro la boca.

Dentro del Tosho-gu se encuentra también la tumba de Ieyasu Tokugawa, el fundador del shogunato Tokugawa, que gobernó Japón con mano férrea durante casi tres siglos, entre el año 1600 y la restauración Meiji de 1868. Esa época se conoce como el periodo Edo porque los shogunes del clan Tokugawa ejercían su poder desde la ciudad de Edo, la actual Tokio, mientras que el emperador mantenía un poder más simbólico que real en Kioto.

Otros templos destacados son el Futarasan-jinja, el más antiguo de Nikko, que fue construido en 1619; el Taiyuin-byo, situado en medio de un frondoso bosque de cedros; y el Rinno-ji, en cuyo interior esconde tres grandes budas dorados. La fachada de este último estaba cubierta de andamios cuando fuimos nosotros porque estaba en obras, pero se podía visitar el interior.

Las entradas a los templos son caras, unos 1.000 yenes (10 dólares) por templo, más algún extra para acceder a determinadas partes de los santuarios, como por ejemplo la tumba de Ieyasu. Antes existía un pase combinado que salía más económico, pero cuando fuimos nosotros se había dejado de vender y cada templo requería su propio ticket.

Tras visitar los templos de Nikko fuimos en autobús hasta la catarata de Kegon, un salto de agua de casi 100 metros de altura en medio del bosque. La catarata se divisa desde un mirador gratuito, pero también se puede bajar en un ascensor para observarla desde abajo, previo pago de 500 yenes (5 euros).



Acceso al templo Taiyuin-byo.



Lloviendo sobre el Futarasan-jinja.



Linternas de piedra decoran los caminos de Nikko.



Escaleras hacia el Tosho-gu.



Linternas cubiertas de musgo en el interior del Tosho-gu.



Otro pabellón del Tosho-gu.



Los tres monos de la sabiduría.



Fuente purificadora del templo Tosho-gu.



Cola para subir a la tumba de Ieyasu Tokugawa.



Tumba de Ieyasu Tokugawa.



Otro santuario de Nikko bajo la lluvia.



El templo Rinno-ji, en obras.



Pueblo de Nikko.



La bruma cubre las montañas que rodean Nikko.



Asando pescados en la calle.



Catarata de Kegon.

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