Podgorica (Montenegro)
No hay transporte directo entre Tirana y Podgorica, así que para llegar a la capital montenegrina primero tuvimos que coger un microbús hasta la ciudad de Shkodra, cerca de la frontera entre Albania y Montenegro. El trayecto dura dos horas y el billete cuesta 400 leks, menos de tres euros.
El microbús nos dejó en una plaza en el centro de Shkodra, donde había varios taxistas, que nos dijeron que tampoco había autobuses entre Shkodra y Podgorica. Como no nos apetecía ir hasta la estación de autobuses para comprobarlo (estaba a las afueras de la ciudad y no queríamos perder tiempo) empezamos a negociar con ellos el trayecto.
Para llevarnos directamente a Podgorica (60 km) nos pedían 30 euros y, como nos parecía caro, pactamos que nos llevaran solo hasta la frontera con Montenegro (30 km) por 15 euros, con la esperanza de encontrar allí otro medio de transporte hasta Podgorica.
Al cruzar la frontera, sin embargo, nos encontramos con que no había ningún medio de transporte hasta Podgorica, ni siquiera taxis, y no nos quedó más remedio que hacer autostop. Por suerte, los oficiales de aduanas montenegrinos eran muy majos (estuvimos charlando con ellos de fútbol y de la antigua Yugoslavia mientras esperábamos), y ellos mismos se encargaron de parar a un conductor albanés para que nos llevara. Al final, la jugada nos salió bien porque ese trayecto nos salió gratis.
El microbús nos dejó en una plaza en el centro de Shkodra, donde había varios taxistas, que nos dijeron que tampoco había autobuses entre Shkodra y Podgorica. Como no nos apetecía ir hasta la estación de autobuses para comprobarlo (estaba a las afueras de la ciudad y no queríamos perder tiempo) empezamos a negociar con ellos el trayecto.
Para llevarnos directamente a Podgorica (60 km) nos pedían 30 euros y, como nos parecía caro, pactamos que nos llevaran solo hasta la frontera con Montenegro (30 km) por 15 euros, con la esperanza de encontrar allí otro medio de transporte hasta Podgorica.
Al cruzar la frontera, sin embargo, nos encontramos con que no había ningún medio de transporte hasta Podgorica, ni siquiera taxis, y no nos quedó más remedio que hacer autostop. Por suerte, los oficiales de aduanas montenegrinos eran muy majos (estuvimos charlando con ellos de fútbol y de la antigua Yugoslavia mientras esperábamos), y ellos mismos se encargaron de parar a un conductor albanés para que nos llevara. Al final, la jugada nos salió bien porque ese trayecto nos salió gratis.
Ni autobuses, ni taxis, ni ná de ná, al otro lado de la frontera montenegrina.
La única razón para ir a Podgorica, sin duda una de las capitales más feas de Europa, era ir a recoger a su aeropuerto el coche de alquiler que habíamos reservado por internet. No obstante, ya que el conductor albanés nos dejó en el centro de la ciudad, aprovechamos para dar una vuelta y comer antes de ir a buscar el coche.
Nuestras expectativas sobre lo que podía ofrecer Podgorica eran bajas y la ciudad no las defraudó. Es fea de narices. Los edificios de hormigón y las amplias avenidas dominan todo el paisaje urbano, sin apenas lugares de interés capaces de romper esa monotonía.
Solo algunas calles peatonales del centro, con restaurantes y bares con terracitas, aportan algo de color a la ciudad, pero durante el día todas están desiertas por el sol abrasador, que se alía con el hormigón y el asfalto para disparar el mercurio. Seguramente por las noches habrá más animación.
La zona antigua de Podgorica tampoco tiene demasiado encanto. La torre del reloj, que data de la época otomana, es, quizás, el edificio más emblemático y también se pueden ver un par de mezquitas. Aquí también se encuentran las ruinas de la fortaleza Ribnica, del siglo XV. Están muy mal conservadas, pero ofrecen buenas vistas del río Moraça.
La única razón para ir a Podgorica, sin duda una de las capitales más feas de Europa, era ir a recoger a su aeropuerto el coche de alquiler que habíamos reservado por internet. No obstante, ya que el conductor albanés nos dejó en el centro de la ciudad, aprovechamos para dar una vuelta y comer antes de ir a buscar el coche.
Nuestras expectativas sobre lo que podía ofrecer Podgorica eran bajas y la ciudad no las defraudó. Es fea de narices. Los edificios de hormigón y las amplias avenidas dominan todo el paisaje urbano, sin apenas lugares de interés capaces de romper esa monotonía.
Solo algunas calles peatonales del centro, con restaurantes y bares con terracitas, aportan algo de color a la ciudad, pero durante el día todas están desiertas por el sol abrasador, que se alía con el hormigón y el asfalto para disparar el mercurio. Seguramente por las noches habrá más animación.
La zona antigua de Podgorica tampoco tiene demasiado encanto. La torre del reloj, que data de la época otomana, es, quizás, el edificio más emblemático y también se pueden ver un par de mezquitas. Aquí también se encuentran las ruinas de la fortaleza Ribnica, del siglo XV. Están muy mal conservadas, pero ofrecen buenas vistas del río Moraça.
Puente del Milenio.
Cansados de caminar por la ciudad, cogimos un taxi para ir a recoger el coche de alquiler al aeropuerto. Una vez motorizados, pusimos rumbo a Budva, en la costa montenegrina. Por el camino pasamos por el lago Skadar, el más grande de los Balcanes, que sirve de frontera natural entre Montenegro y Albania. De Podgorica a Budva se puede llegar en una hora (70 km).
Cansados de caminar por la ciudad, cogimos un taxi para ir a recoger el coche de alquiler al aeropuerto. Una vez motorizados, pusimos rumbo a Budva, en la costa montenegrina. Por el camino pasamos por el lago Skadar, el más grande de los Balcanes, que sirve de frontera natural entre Montenegro y Albania. De Podgorica a Budva se puede llegar en una hora (70 km).
Llegamos a la costa de Montenegro.
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