Yekaterimburgo | Екатеринбург
El tren 378 que nos llevó a Yekaterimburgo fue el más viejo de todos los que cogimos durante el viaje. No tenía aire acondicionado, pero con las ventanillas abiertas se estaba bien. Nuestros compañeros de viaje fueron también especiales: un matrimonio mayor con un perro, que durmió con nosotros dentro del camarote.
El marido era simpático y, aunque no hablaba nada de inglés, intentaba comunicarse con nosotros. La mujer, de más de 100 kg de peso, sólo pegaba unos ronquidos insoportables por la noche. El perro se portó bien. En el compartimento de al lado había un chico joven de Kazán, que sí chapurreaba el inglés y con el que estuvimos tomando cervezas en el pasillo.
El trayecto duró 16 horas y llegamos a Yekaterimburgo, donde son dos horas más que en Moscú, sobre las 14.00 hora local.
Yekaterimburgo, la antigua Sverdlovsk, que estuvo cerrada a los extranjeros durante la era soviética, es la primera ciudad rusa al este de los Urales y una metrópoli enorme en descontrolado crecimiento. Su pésima planificación urbanística permite encontrar modernos rascacielos de cristal junto a descampados llenos de basura o casas en ruinas. A pesar de su enorme tamaño, los puntos de interés del centro se pueden recorrer a pie.
Destaca la iglesia de la Sangre, construida en el lugar donde fue asesinado el último zar Nicolás II junto a toda su familia. Una cruz de hierro marca el lugar exacto de la ejecución. Desde aquí se obtienen buenas vistas de los modernos rascacielos de la ciudad. Enfrente de la iglesia hay un parque con un pequeño lago.
No hay que perderse el Monumento a la Guerra, una gran escultura de un militar cabizbajo con su Kalashnikov, construida en memoria de los caídos durante la invasión soviética de Afganistán. En la misma plaza está el Museo de Historia Militar, con tanques, misiles y otra chatarra bélica expuesta en la entrada.
Otro punto destacado es la calle Vaynera, peatonal y repleta de tiendas, que termina en la plaza del Ayuntamiento, un bonito edificio estalinista con una magnífica cúpula en forma de aguja. La plaza está presidida por su correspondiente estatua de Lenin. A pocos pasos está el sucio estanque de la ciudad.
En Yekaterimburgo pasamos una noche y nos alojamos en el soviético hotel Bolshoi-Ural. La destartalada habitación doble con baño de la época de Stalin y desayuno ruso incluido nos costó 3.400 rublos (86 euros). Una fortuna para la calidad del establecimiento, aunque está bien situado frente al teatro de la Ópera.
También compramos en la estación de trenes de Yekaterimburgo los billetes para los siguientes tramos: Yekaterimburgo-Omsk (3.054 rublos / 77 euros), Omsk-Novosibirsk (1.741 rublos / 44 euros) y Novosibirsk-Krasnoyarsk (2.569 rublos / 65 euros).
El marido era simpático y, aunque no hablaba nada de inglés, intentaba comunicarse con nosotros. La mujer, de más de 100 kg de peso, sólo pegaba unos ronquidos insoportables por la noche. El perro se portó bien. En el compartimento de al lado había un chico joven de Kazán, que sí chapurreaba el inglés y con el que estuvimos tomando cervezas en el pasillo.
El trayecto duró 16 horas y llegamos a Yekaterimburgo, donde son dos horas más que en Moscú, sobre las 14.00 hora local.
Yekaterimburgo, la antigua Sverdlovsk, que estuvo cerrada a los extranjeros durante la era soviética, es la primera ciudad rusa al este de los Urales y una metrópoli enorme en descontrolado crecimiento. Su pésima planificación urbanística permite encontrar modernos rascacielos de cristal junto a descampados llenos de basura o casas en ruinas. A pesar de su enorme tamaño, los puntos de interés del centro se pueden recorrer a pie.
Destaca la iglesia de la Sangre, construida en el lugar donde fue asesinado el último zar Nicolás II junto a toda su familia. Una cruz de hierro marca el lugar exacto de la ejecución. Desde aquí se obtienen buenas vistas de los modernos rascacielos de la ciudad. Enfrente de la iglesia hay un parque con un pequeño lago.
No hay que perderse el Monumento a la Guerra, una gran escultura de un militar cabizbajo con su Kalashnikov, construida en memoria de los caídos durante la invasión soviética de Afganistán. En la misma plaza está el Museo de Historia Militar, con tanques, misiles y otra chatarra bélica expuesta en la entrada.
Otro punto destacado es la calle Vaynera, peatonal y repleta de tiendas, que termina en la plaza del Ayuntamiento, un bonito edificio estalinista con una magnífica cúpula en forma de aguja. La plaza está presidida por su correspondiente estatua de Lenin. A pocos pasos está el sucio estanque de la ciudad.
En Yekaterimburgo pasamos una noche y nos alojamos en el soviético hotel Bolshoi-Ural. La destartalada habitación doble con baño de la época de Stalin y desayuno ruso incluido nos costó 3.400 rublos (86 euros). Una fortuna para la calidad del establecimiento, aunque está bien situado frente al teatro de la Ópera.
También compramos en la estación de trenes de Yekaterimburgo los billetes para los siguientes tramos: Yekaterimburgo-Omsk (3.054 rublos / 77 euros), Omsk-Novosibirsk (1.741 rublos / 44 euros) y Novosibirsk-Krasnoyarsk (2.569 rublos / 65 euros).
El transiberiano atraviesa bosques en su camino hacia los Urales.
De vez en cuando se divisan pequeños pueblos desde el tren.
Estación de Yekaterimburgo.
El skyline de Yekaterimburgo.
Rascacielos de cristal crecen entre las viejas casas.
Calle Vaynera, peatonal y repleta de tiendas.
Restaurante soviético.
Paseando por la calle Vaynera.
Lenin saluda al paso de un viejo tranvía.
Iglesia de la Sangre, construida en el lugar donde fueron asesinados los Romanov.
Esta cruz de hierro marca el lugar exacto de la ejecución.
Viejos trolebuses recorren las calles de Yekaterimburgo.
Bonito edificio de apartamentos soviéticos.
También hay edificios originales en la ciudad.
La calle Lenin es la principal arteria de Yekaterimburgo.
El Ayuntamiento, un típico edificio estalinista.
El impactante monumento a la guerra.
Un niño juega encima del tanque, en el Museo de Historia Militar.
Más hormigón soviético.
Nuestra habitación en el hotel Bolshoi Ural.
El baño de la habitación.
No hay comentarios