Kiev
La capital de Ucrania es una metrópoli moderna y dinámica con cerca de cinco millones de habitantes en su área metropolitana. La ciudad está bañada por las aguas del Dnieper y salpicada de parques y frondosos bosques. Su extensión es enorme.
Desde el aeropuerto Borispol hay autobuses que te plantan en la estación de trenes en 45 minutos por 25 grivnas (3,5 euros). Desde aquí se puede acceder al metro para llegar al centro. El suburbano de Kiev sigue a rajatabla la tradición soviética y para llegar a los andenes hay que descender profundas escaleras mecánicas. Las estaciones son espaciosas y muchas muestran todavía relieves de la era comunista. La escasez de carteles y el alfabeto cirílico complican la movilidad, pero la gente es agradable y siempre echa una mano.
Nos alojamos en el Yaroslav Hostel en la animada zona norte de la ciudad. La habitación triple con baño compartido nos costó 18 euros por barba. Es un hostel básico con pasillos destartalados y habitaciones decadentes, pero con buena calefacción y agua caliente. En los alrededores hay bastantes bares y restaurantes.
Kiev fue una de las mayores ciudades del mundo en el siglo XII cuando fue capital del Reino de Rus y considerada la madre de todas las ciudades rusas. Ese esplendor todavía es apreciable en las numerosas iglesias y monasterios de cúpulas doradas que inundan sus calles.
La catedral de Santa Sofía frente al monasterio de San Miguel es el mejor ejemplo del antiguo poderío de Kiev y una de sus estampas más bellas. Desde el parque que rodea el monasterio, al que se puede acceder en funicular, se obtienen buenas vistas del Dnipro.
No muy lejos está la iglesia de San Andrés, levantada en el siglo XVIII por Rastrelli, arquitecto del Palacio de Invierno de San Petersburgo. En sus alrededores se monta a diario un mercado de parafernalia soviética, cuadros y souvenirs.
En la zona moderna destaca la plaza Maydan Nezalezhnosti, o plaza de la Independencia, corazón de la Revolución Naranja que en 2004 lideró el presidente Viktor Yushchenko contra los últimos coletazos de la injerencia rusa. Esta plaza es el corazón de la ciudad. Desde aquí se puede recorrer la amplia avenida Khreshchatyk, cortada al tráfico los fines de semana, para ver la estatua de Lenin en su otro extremo.
Fuera del centro merece la pena visitar el Monasterio Lavra y la cercana Rodina Mat, popularmente conocida como la madre de Kiev. Es una inmensa estatua de 62 metros construida por los soviéticos y que vigila las aguas del Dnipro. En sus alrededores hay un verdadero parque de esculturas soviéticas acompañadas de una música de estilo marcial que te transporta a la URSS de la Guerra Fría. Al lado también está el Museo de la Guerra apreciable por los tanques que rodean el edificio.
Por las noches Kiev no duerme y los ucranianos calientan con vodka las temperaturas bajo cero que acompañan sus botellones. Cuando el frío aprieta demasiado hay montones de discotecas y clubes. Nosotros estuvimos en el club Patipa, muy recomendable.
Desde el aeropuerto Borispol hay autobuses que te plantan en la estación de trenes en 45 minutos por 25 grivnas (3,5 euros). Desde aquí se puede acceder al metro para llegar al centro. El suburbano de Kiev sigue a rajatabla la tradición soviética y para llegar a los andenes hay que descender profundas escaleras mecánicas. Las estaciones son espaciosas y muchas muestran todavía relieves de la era comunista. La escasez de carteles y el alfabeto cirílico complican la movilidad, pero la gente es agradable y siempre echa una mano.
Nos alojamos en el Yaroslav Hostel en la animada zona norte de la ciudad. La habitación triple con baño compartido nos costó 18 euros por barba. Es un hostel básico con pasillos destartalados y habitaciones decadentes, pero con buena calefacción y agua caliente. En los alrededores hay bastantes bares y restaurantes.
Kiev fue una de las mayores ciudades del mundo en el siglo XII cuando fue capital del Reino de Rus y considerada la madre de todas las ciudades rusas. Ese esplendor todavía es apreciable en las numerosas iglesias y monasterios de cúpulas doradas que inundan sus calles.
La catedral de Santa Sofía frente al monasterio de San Miguel es el mejor ejemplo del antiguo poderío de Kiev y una de sus estampas más bellas. Desde el parque que rodea el monasterio, al que se puede acceder en funicular, se obtienen buenas vistas del Dnipro.
No muy lejos está la iglesia de San Andrés, levantada en el siglo XVIII por Rastrelli, arquitecto del Palacio de Invierno de San Petersburgo. En sus alrededores se monta a diario un mercado de parafernalia soviética, cuadros y souvenirs.
En la zona moderna destaca la plaza Maydan Nezalezhnosti, o plaza de la Independencia, corazón de la Revolución Naranja que en 2004 lideró el presidente Viktor Yushchenko contra los últimos coletazos de la injerencia rusa. Esta plaza es el corazón de la ciudad. Desde aquí se puede recorrer la amplia avenida Khreshchatyk, cortada al tráfico los fines de semana, para ver la estatua de Lenin en su otro extremo.
Fuera del centro merece la pena visitar el Monasterio Lavra y la cercana Rodina Mat, popularmente conocida como la madre de Kiev. Es una inmensa estatua de 62 metros construida por los soviéticos y que vigila las aguas del Dnipro. En sus alrededores hay un verdadero parque de esculturas soviéticas acompañadas de una música de estilo marcial que te transporta a la URSS de la Guerra Fría. Al lado también está el Museo de la Guerra apreciable por los tanques que rodean el edificio.
Por las noches Kiev no duerme y los ucranianos calientan con vodka las temperaturas bajo cero que acompañan sus botellones. Cuando el frío aprieta demasiado hay montones de discotecas y clubes. Nosotros estuvimos en el club Patipa, muy recomendable.
Monasterio de San Miguel, visto desde el campanario de Santa Sofía.
Entrada al Monasterio de San Miguel.
Panorámica del Dnieper desde el parque Volodymyrska.
Catedral de Santa Sofía.
Pintores callejeros exponen sus obras.
Mercadillo de recuerdos soviéticos junto a la Iglesia de San Andrés.
La típica camiseta.
Abuela preparando su puestecillo de ropa.
Iglesia de San Andrés.
Plaza de la Independencia, epicentro de la Revolución Naranja.
Otra vista de la enorme plaza.
Esta bola marca las distancias desde Kiev a muchas ciudades del mundo.
Estatua que parece sacada del Señor de los Anillos.
Avenida Khreshchatyk, peatonal en fin de semana.
Todavía quedan viejos autobuses de línea.
Lenin continúa en pie, pero ya es solo un reclamo turístico.
También recorren las calles de Kiev tranvías de época.
La Iglesia de San Andrés se divisa en lo alto de la colina.
Bonita estatua ecuestre en la plaza Kontraktova.
Calle en el barrio de Podil, cerca de nuestro hotel.
Avenida junto al Dnieper.
Estatua de heroicos marineros junto al río.
La última de James Bond, en cirílico.
Joyas de la arquitectura soviética.
El metro de Kiev.
Monasterio Lavra.
La impresionante Rodina Mat, madre de Kiev.
Otra vista del conjunto escultórico.
Más realismo soviético.
...Y todavía hay más.
Vista del Dnieper desde Rodina Mat.
Gigantesca estación de trenes de Kiev.
A mi me encantó Kiev y todo Ucrania, pero iba con un niño de 5 años y me quedé con las ganas de ir a Chernobyl.
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