Volcán Ijén (Isla de Java)
El volcán Ijén es uno de los lugares más impactantes de Indonesia. Además del espectáculo de contemplar un volcán activo con un precioso lago turquesa en su interior, su cráter produce a diario toneladas de azufre y se puede ver el ingente trabajo que realizan decenas de mineros para recoger el mineral con sus propias manos y transportarlo en pesadas cestas hasta el exterior. Es, sin duda, uno de los trabajos más duros del mundo porque estos mineros respiran cada día los gases tóxicos que expulsa el volcán a cambio de sueldos muy bajos.
La llegada masiva de turistas al volcán, aunque entorpece un poco el trabajo de los mineros, ha sido también un alivio para ellos porque parte del precio de la entrada que pagamos sirve para completar sus sueldos. También suelen sacarse más dinero con las propinas por posar para una foto con un turista, que subiendo una cesta de 80 kilos de azufre.
El trayecto entre Cemoro Lawang y el volcán Ijén también dura prácticamente todo el día, como ya ocurrió para llegar al volcán Bromo. En total son unas 6 horas de viaje en minibús, con una parada de una hora para comer en un restaurante de carretera. Cuando llegamos al hotel, el Wisma Atlit Gelora, en la localidad de Banyuwangi, ya era prácticamente de noche.
Este hotel es algo mejor que el de Cemoro Lawang, pero solo un poco. Las habitaciones están repartidas en bungalows, pero muy anticuados y con baños muy básicos. Al menos, el establecimiento sí cuenta con un restaurante donde puedes cenar y tomarte una Bintang antes de acostarte, cuanto antes mejor. Si la excursión al volcán Bromo empezaba a las 3.00 h de la mañana, la del volcán Ijén es todavía más exagerada y hay que estar en pie a la 1.00 h para poder ver el famoso Blue Fire, los fuegos azules.
Esta excursión es un extra que no está incluido en el precio y que cuesta otras 100.000 rupias por persona (6,5 euros), además de las 100.000 que cuesta la entrada al volcán. Es optativa y existe la posibilidad de levantarte a las 3.00 h de la mañana para visitar el volcán Ijén después, pero merece la pena madrugar y optar por el paquete completo.
El tour empieza a la 1.00 h de la mañana con un breakfast box en la mano y una inevitable cara de sueño. El minibús te lleva desde el hotel hasta la base del volcán Ijén en un trayecto que dura una hora. Una vez allí, los guías locales van dividiendo a los turistas en grupos de 5-6 personas para emprender la caminata hasta el cráter del volcán. Ese guía te acompañará durante todo el recorrido a cambio de una propina al final.
Es importante llevar una linterna porque la caminata se hace de noche. La subida al cráter dura unos 40 minutos. El camino está bien señalizado y es sencillo, aunque hay algún tramo bastante empinado. Al llegar a la cima del cráter, se empieza a notar el olor a azufre procedente de las profundidades del volcán.
Antes de descender por el cráter, el guía te ofrece la posibilidad de alquilar una mascarilla protectora para poder respirar mejor. Vale la pena cogerla porque los gases del volcán son muy tóxicos. Son mascarillas preparadas para filtrar los gases, no las típicas de cirujano, que poco pueden hacer en estas condiciones. Hay turistas que bajan a pelo, sin ningún tipo de mascarilla, pero no merece la pena chutarse una dosis de azufre en el cuerpo. Además, con la mascarilla puedes acercarte mucho más a las zonas de extracción de azufre.
El descenso al cráter se realiza por un estrecho sendero totalmente colapsado por los grupos de turistas. Prácticamente desciendes en fila india y al ritmo de una procesión de Semana Santa. Durante el descenso empiezas a ver algún minero con cestas de azufre que intenta hacerse hueco entre los turistas para subir con su pesada carga.
Al llegar a la base del cráter, todavía de noche, pronto se divisa el famoso Blue Fire, las llamas azules que produce el gas sulfúrico al entrar en contacto con el exterior. El fuego azul es impactante, pero es muy difícil de capturar con una cámara de fotos convencional porque, al ser de noche, hay que poner el obturador a una velocidad muy baja cuando el fuego está en movimiento. El resultado es que la foto sale borrosa, aunque utilices un trípode.
Al lado de estas llamas azules se puede observar a los mineros recogiendo el azufre una vez solidificado, siempre rodeados de grupos de turistas con la cámara en la mano. Es posible acercarse hasta las fuentes de azufre, pero hay que tener cuidado porque dependiendo de cómo sople el viento, puede envolverte una nube de gas tóxico y, si no llevas mascarilla, puede ser realmente difícil respirar e, incluso, abrir los ojos. En teoría está prohibido descender al cráter del volcán, como así te lo advierten varios carteles, pero nadie hace caso de esa recomendación y todos los grupos de turistas bajan. Con una mascarilla y un poco de sentido común es perfectamente seguro.
El cráter del volcán Ijén es todavía más espectacular cuando amanece porque es entonces cuando se puede observar mejor el trabajo de los mineros y ver los rudimentarios sistemas que han ideado para recoger el azufre. El mineral brota en estado líquido y desciende por unos canales de cerámica que han construido para conducirlo hasta el lugar donde se solidifica. Allí se corta con picos y palas en pesados bloques y se carga en cestas de mimbre. Los turistas pueden probar a levantar una de estas pesadas cestas de 80 kilos de azufre para comprobar en persona el enorme esfuerzo que tienen que realizar los mineros.
Después del amanecer es el mejor momento para quedarse en el cráter del Ijén porque, además de tener luz, la mayoría de los turistas que han ido a ver el Blue Fire ya se han marchado para ver el amanecer desde lo alto del cráter. No cabe duda de que es preferible quedarse dentro del cráter a contemplar el trabajo de los mineros que ir a ver el amanecer desde fuera (hay que recordar que el día anterior ya viste un precioso amanecer en el Bromo).
Con menos turistas en el interior del cráter es posible acercarse más a los mineros e, incluso, charlar con alguno. Por la mañana también se puede divisar el precioso lago turquesa de agua caliente que hay en el interior del cráter y que por la noche permanece oculto.
Sobre las 7 de la mañana, ya cansados de respirar azufre, regresamos al parking donde nos esperaba el minibús para continuar rumbo a Bali. Salir del cráter es mucho más rápido que entrar porque el camino está menos colapsado de turistas.
Desde la cima del cráter se obtienen magníficas vistas de las columnas de humo sulfuroso que emanan del interior del volcán y también es posible ver los carteles advirtiendo de su toxicidad, un detalle que pasa desapercibido al llegar de noche. Solo hay que ver la vegetación medio chamuscada que rodea el cráter para hacerse una idea de los efectos nocivos de esos gases.
Conforme vas descendiendo desde la cima del cráter hasta la zona de aparcamiento, la vegetación vuelve a brotar en todo su esplendor y se puede disfrutar de un precioso paisaje de bosques tropicales. Por este camino van descendiendo mineros transportando el azufre en carretillas.
Al llegar al aparcamiento nos comimos el frugal desayuno que nos habían preparado en el hotel, una rebanada de pan bimbo con mantequilla, antes de poner rumbo a Ketapang para coger el ferry a Bali.
Y una última advertencia: si habéis estado muy cerca de las fuentes de azufre, el olor y el polvo de ese mineral os acompañarán durante los próximos días del viaje porque es realmente difícil quitárselo de encima.
La llegada masiva de turistas al volcán, aunque entorpece un poco el trabajo de los mineros, ha sido también un alivio para ellos porque parte del precio de la entrada que pagamos sirve para completar sus sueldos. También suelen sacarse más dinero con las propinas por posar para una foto con un turista, que subiendo una cesta de 80 kilos de azufre.
El trayecto entre Cemoro Lawang y el volcán Ijén también dura prácticamente todo el día, como ya ocurrió para llegar al volcán Bromo. En total son unas 6 horas de viaje en minibús, con una parada de una hora para comer en un restaurante de carretera. Cuando llegamos al hotel, el Wisma Atlit Gelora, en la localidad de Banyuwangi, ya era prácticamente de noche.
Carretera en dirección al volcán Ijén.
Mujer con fardos a la cabeza, camina junto a la carretera.
Seguimos hacia el este de la isla de Java.
Este hotel es algo mejor que el de Cemoro Lawang, pero solo un poco. Las habitaciones están repartidas en bungalows, pero muy anticuados y con baños muy básicos. Al menos, el establecimiento sí cuenta con un restaurante donde puedes cenar y tomarte una Bintang antes de acostarte, cuanto antes mejor. Si la excursión al volcán Bromo empezaba a las 3.00 h de la mañana, la del volcán Ijén es todavía más exagerada y hay que estar en pie a la 1.00 h para poder ver el famoso Blue Fire, los fuegos azules.
Esta excursión es un extra que no está incluido en el precio y que cuesta otras 100.000 rupias por persona (6,5 euros), además de las 100.000 que cuesta la entrada al volcán. Es optativa y existe la posibilidad de levantarte a las 3.00 h de la mañana para visitar el volcán Ijén después, pero merece la pena madrugar y optar por el paquete completo.
Nuestra habitación del hotel.
El baño de la habitación, también con spa privado como en el Bromo.
El tour empieza a la 1.00 h de la mañana con un breakfast box en la mano y una inevitable cara de sueño. El minibús te lleva desde el hotel hasta la base del volcán Ijén en un trayecto que dura una hora. Una vez allí, los guías locales van dividiendo a los turistas en grupos de 5-6 personas para emprender la caminata hasta el cráter del volcán. Ese guía te acompañará durante todo el recorrido a cambio de una propina al final.
Es importante llevar una linterna porque la caminata se hace de noche. La subida al cráter dura unos 40 minutos. El camino está bien señalizado y es sencillo, aunque hay algún tramo bastante empinado. Al llegar a la cima del cráter, se empieza a notar el olor a azufre procedente de las profundidades del volcán.
Antes de descender por el cráter, el guía te ofrece la posibilidad de alquilar una mascarilla protectora para poder respirar mejor. Vale la pena cogerla porque los gases del volcán son muy tóxicos. Son mascarillas preparadas para filtrar los gases, no las típicas de cirujano, que poco pueden hacer en estas condiciones. Hay turistas que bajan a pelo, sin ningún tipo de mascarilla, pero no merece la pena chutarse una dosis de azufre en el cuerpo. Además, con la mascarilla puedes acercarte mucho más a las zonas de extracción de azufre.
El descenso al cráter se realiza por un estrecho sendero totalmente colapsado por los grupos de turistas. Prácticamente desciendes en fila india y al ritmo de una procesión de Semana Santa. Durante el descenso empiezas a ver algún minero con cestas de azufre que intenta hacerse hueco entre los turistas para subir con su pesada carga.
Al llegar a la base del cráter, todavía de noche, pronto se divisa el famoso Blue Fire, las llamas azules que produce el gas sulfúrico al entrar en contacto con el exterior. El fuego azul es impactante, pero es muy difícil de capturar con una cámara de fotos convencional porque, al ser de noche, hay que poner el obturador a una velocidad muy baja cuando el fuego está en movimiento. El resultado es que la foto sale borrosa, aunque utilices un trípode.
Al lado de estas llamas azules se puede observar a los mineros recogiendo el azufre una vez solidificado, siempre rodeados de grupos de turistas con la cámara en la mano. Es posible acercarse hasta las fuentes de azufre, pero hay que tener cuidado porque dependiendo de cómo sople el viento, puede envolverte una nube de gas tóxico y, si no llevas mascarilla, puede ser realmente difícil respirar e, incluso, abrir los ojos. En teoría está prohibido descender al cráter del volcán, como así te lo advierten varios carteles, pero nadie hace caso de esa recomendación y todos los grupos de turistas bajan. Con una mascarilla y un poco de sentido común es perfectamente seguro.
Descenso al cráter del volcán Ijén, en plena noche.
Minero cargado de azufre intenta hacerse hueco entre los turistas.
Otro minero con una pesada cesta de azufre.
Las primeras llamas del Blue Fire aparecen en el oscuro horizonte.
Turistas contemplando las llamas azules del Blue Fire.
Detalle del Blue Fire.
Turistas contemplando el Blue Fire, cerca de una nube de gas sulfuroso.
El cráter del volcán Ijén es todavía más espectacular cuando amanece porque es entonces cuando se puede observar mejor el trabajo de los mineros y ver los rudimentarios sistemas que han ideado para recoger el azufre. El mineral brota en estado líquido y desciende por unos canales de cerámica que han construido para conducirlo hasta el lugar donde se solidifica. Allí se corta con picos y palas en pesados bloques y se carga en cestas de mimbre. Los turistas pueden probar a levantar una de estas pesadas cestas de 80 kilos de azufre para comprobar en persona el enorme esfuerzo que tienen que realizar los mineros.
Después del amanecer es el mejor momento para quedarse en el cráter del Ijén porque, además de tener luz, la mayoría de los turistas que han ido a ver el Blue Fire ya se han marchado para ver el amanecer desde lo alto del cráter. No cabe duda de que es preferible quedarse dentro del cráter a contemplar el trabajo de los mineros que ir a ver el amanecer desde fuera (hay que recordar que el día anterior ya viste un precioso amanecer en el Bromo).
Con menos turistas en el interior del cráter es posible acercarse más a los mineros e, incluso, charlar con alguno. Por la mañana también se puede divisar el precioso lago turquesa de agua caliente que hay en el interior del cráter y que por la noche permanece oculto.
Amanece en el cráter del volcán Ijén.
Vista de la cima del cráter desde su interior.
Minero intentando cortar bloques de azufre.
El azufre desciende por esos tubos de cerámica en estado líquido antes de solidificarse.
Los canales por donde circula el azufre.
Con palos metálicos y picos se corta el azufre solidificado.
Nunca deja de salir gas tóxico en las zonas de extracción de azufre.
Recogiendo azufre.
Cargando los bloques de azufre en cestas.
Minero con una pesada cesta al hombro.
El azufre se sube en cestas de mimbre hasta la cima del cráter. Allí se carga en carretillas para bajarlo hasta la base del volcán.
El azufre produce bellas formaciones rocosas.
Minero cortando bloques de azufre.
Más mineros trabajando.
Con la cesta al hombro.
Minero transportando azufre.
El esfuerzo que deben realizar es enorme.
Turistas junto al lago del volcán Ijén.
El lago de agua caliente que esconde el cráter del Ijén.
Otra vista del lago.
El lago destaca por sus tonos verdes y turquesas.
Turistas comprobando el peso de las cestas de azufre.
Sobre las 7 de la mañana, ya cansados de respirar azufre, regresamos al parking donde nos esperaba el minibús para continuar rumbo a Bali. Salir del cráter es mucho más rápido que entrar porque el camino está menos colapsado de turistas.
Desde la cima del cráter se obtienen magníficas vistas de las columnas de humo sulfuroso que emanan del interior del volcán y también es posible ver los carteles advirtiendo de su toxicidad, un detalle que pasa desapercibido al llegar de noche. Solo hay que ver la vegetación medio chamuscada que rodea el cráter para hacerse una idea de los efectos nocivos de esos gases.
Conforme vas descendiendo desde la cima del cráter hasta la zona de aparcamiento, la vegetación vuelve a brotar en todo su esplendor y se puede disfrutar de un precioso paisaje de bosques tropicales. Por este camino van descendiendo mineros transportando el azufre en carretillas.
Al llegar al aparcamiento nos comimos el frugal desayuno que nos habían preparado en el hotel, una rebanada de pan bimbo con mantequilla, antes de poner rumbo a Ketapang para coger el ferry a Bali.
Y una última advertencia: si habéis estado muy cerca de las fuentes de azufre, el olor y el polvo de ese mineral os acompañarán durante los próximos días del viaje porque es realmente difícil quitárselo de encima.
Panorámica de la mina de azufre del cráter del Ijén.
Otra panorámica de la mina desde las faldas del cráter.
La pared que hay que subir para salir del cráter.
El lago del Ijén aparece entre las columnas de humo.
Minero descansando durante su arduo ascenso.
Otra panorámica del cráter del Ijén desde las alturas.
El lago desaparece cuando el humo se vuelve más denso.
Cartel que teóricamente prohíbe descender al cráter.
Otro cartel alertando del peligro de los gases tóxicos.
Llegamos a la cima del cráter.
Detalle de una cesta de azufre.
Vegetación muerta en la cima del cráter.
El gas sulfuroso complica la vida a las plantas.
Lejos del cráter la vegetación vuelve a crecer.
Descendiendo hacia la zona de aparcamiento.
Minero transportando azufre en una carretilla.
Nos acercamos a la zona de aparcamiento.
Un manto verde cubre las faldas exteriores del volcán Ijén.
Precioso paisaje en los alrededores del Ijén.
Parking del volcán Ijén.
Nos marchamos del Ijén y ponemos rumbo a Bali.
El copioso desayuno que nos pusieron en el hotel.
Hola, gracias por vuestra estupenda aportación, lo habéis hecho genial. Nosotros tenemos intención de ir este verano y por cuestiones de tiempo no estamos seguros de poder visitar los dos volcanes, de los dos cuál nos recomendaríais como primera opción. Muchas gracias
ResponderEliminarHola José María.
ResponderEliminarCreo que el Ijén es más impactante por ver a los mineros trabajando y la extracción de azufre. El paisaje del Bromo, no obstante, es precioso.
Saludos.